Uno de los aspectos que más se cuidan y se toman en serio en los hospitales es el de la higiene. Todas la superficies hay que tenerlas mucho más que limpias para evitar que proliferen los gérmenes y bacterias. Pero esta tarea no siempre es tan fácil como pueda parecer. Herramientas habituales como la fregona, aspiradoras o escobas son insuficientes y hay que recurrir a métodos más modernos, como el uso de la luz ultravioleta para acabar con estos indeseados seres. Dentro de las diferentes posibilidades que tiene la Iuz UV, la UV-C se erige como una de las más efectivas.
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ToggleLa luz ultravioleta como desinfectante
Aunque pueda sorprender, la luz ultravioleta es muy eficaz para desinfectar y esterilizar porque se trata de un tipo de radiación electromagnética que tiene más energía que la luz visible, aunque no tanta energía como la que aportan los rayos X.
Según la longitud de onda de esta luz la clasificamos en tres tipos:
- UV-A (315-400 nm)
- UV-B (280-315 nm)
- UV-C (100-280 nm)
Teniendo en cuenta esto, hay que saber que la capacidad de absorción que tienen algunas moléculas de ADN de los microorganismos hace que sean más sensibles a algunas longitudes de ondas.
Según destaca un estudio sobre la eficacia y seguridad de la luz ultravioleta en la desinfección de superficies, elaborado por la Agencia de Evaluación de Evaluación de Tecnología Sanitarias del ISCIII, la radiación que emite la luz UV-C es capaz de dañar el ADN y el ARN de estos minúsculos organismos. Eso sí, la inactivación de los patógenos en superficie con la que queremos acabar es proporcional a la dosis de radiación UV-C que hayamos aplicado. También hay que tener en cuenta que la dosis no siempre es la misma, ya que puede variar en función del patógeno que se quiera desinfectar y también de las condiciones ambientales en las que nos encontremos, puesto que juegan un papel importante factores como la humedad que exista.
Origen de la luz ultravioleta
El descubrimiento de la luz ultravioleta se lo debemos al físico alemán Johann Wilhelm Ritter, que dio con ella a principios del siglo XIX. Concretamente, su hallazgo fue darse cuenta de que la radiación invisible que hay antes del color violeta del espectro que sí se ve, provocaba reacciones químicas en algunos materiales. Por esta causa, los rayos ultravioletas se llamaron inicialmente desoxidantes. No fue hasta el siglo XX cuando pasó a denominarse de la forma que lo hacemos hoy en día: ultravioleta.
Gracias a estudios posteriores se sabe que algunas sustancias reaccionan ante su presencia con fluorescencia.
Como hemos mencionado anteriormente, dependiendo de la longitud de onda van a tener unas características concretas y diferentes denominaciones:
- Rayos UV-A: Es la parte más cercana al espectro visible y la más conocida por el público al ser utilizadas en los tratamientos de belleza o dermatología. También se conoce como luz negra.
- Rayos UV-B: Parte desde el Sol y cuando traspasa la atmosfera queda diluida por el ozono, de tal manera que su alcance es mínimo. Está relacionada con el melanoma y otros tipos de cáncer de piel. Hoy en día apenas tiene aplicaciones.
- Rayos UV-C: Estos rayos que se utilizan con fines desinfectantes e higiénicos dañan el ADN y el ARN, de tal manera que los hacen ideales para acabar con microorganismos indeseados, gérmenes y bacterias. Son generados artificialmente, ya que no consiguen traspasar la estratosfera. Se pueden utilizar tanto en superficies sólidas como en el agua y el aire. Eso sí, el empleo aéreo, por ejemplo en los sistemas de ventilación, hace recomendable desalojar los espacios para mayor seguridad.
Luminaria UV-C
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